Un día, un alumno de cuarto de ESO (15 años) salió de allí espantado. Había abierto la puerta de madera que separa una parte de la sala y no dudó en explicarle a un profesor lo que se había encontrado: "¡Bernat, no sabía que teníamos la tumba de una momia en el instituto!", le exclamó. "Por supuesto, no era ninguna momia --aclara Bernat Villaronga, docente de Religión de ese centro educativo y presidente de la Federació d'Ensenyants de Religió de Catalunya--. Era el altar de piedra de la capilla".
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